domingo, 27 de septiembre de 2009




Hijo mío, está atento a mi sabiduría,
y a mi inteligencia inclina tu oido,
Para que guardes consejo, y tus labios
conserven la ciencia.

Porque los labios de la mujer extraña
destilan miel,
y su paladar es más blando que el aceite;
mas su fin es amargo como el ajenjo,
agudo como espada de dos filos.

Sus pies descienden a la muerte;
sus pasos conducen al Seol.
Sus caminos son inestables;
no los conocerás, si no considerares
el camino de vida.

Ahora pues, hijos, oidme, y no os
apartéis de las razones de mi boca.

Aleja de ella tu camino,
y no te acerques a la puerta de su casa;
para que no des a los extraños tu honor,
y tus años al cruel;

No sea que extraños se sacien de tu fuerza,
y tus trabajos estén en casa del extraño;
y gimas al final, cuando se consuma
tu carne y tu cuerpo, y digas:
¡Cómo aborrecí el consejo, y mi corazón
menospreció la reprensión;
No oí la voz de los que me instruían, y
a los que me enseñaban no incliné mi oido!

Casi en todo mal he estado, en medio
de la sociedad y de la congregación.

Bebe el agua de tu misma cisterna,
y los raudales de tu propio pozo.
¿Se derramarán tus fuentes por las calles,
y tus corrientes de aguas por las plazas?

Sean para tí solo, y no los extraños contigo

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Prenderán al impío sus propias iniquidades,
y retenido será con las cuerdas de su pecado.

El morirá por falta de corrección,
y errará por lo inmenso de su locura.

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Hijo mío, guarda mis razones, y
atesora contigo mis mandamientos.
Guarda mis mandamientos y vivirás,
y mi ley como la niña de tus ojos.

Lígalos a tus dedos;
escríbelos en la tabla de tu corazón.
Di a la sabiduría: Tú eres mi hermana,
y a la inteligencia llama parienta;
Para que te guarden de la mujer ajena, y
de la extraña que ablanda sus palabras.

PROVERBIOS 5:1-17, 22-23, 7:1-5

martes, 8 de septiembre de 2009


Hace años puse un panal de abejas para alimentar a algunas de ellas que tenían una colmena a poca distancia. Para comenzar el proceso capturé una abeja en un vaso, la coloqué sobre el panal, y esperé hasta que la abeja descubriera el tesoro. Cuando estuvo llena y satisfecha, voló directamente a la colmena. Después de un momento, la abeja regresó con una docena de abejas más. Éstas, a su vez, trajeron muchas más, hasta que finalmente un enjambre de abejas cubrió el panal. Al poco tiempo habían transportado toda la miel a la colmena.

¡Qué lección para nosotros! ¿Estamos hablándoles a los demás de Aquel a quien encontramos? Cristo nos ha encargado la proclamación de las «buenas nuevas». ¿Debemos nosotros, los que hemos encontrado miel en la Roca –Jesucristo– ser menos considerados con los demás que las abejas?

Los cuatro leprosos que se sentaron fuera de la puerta de Samaria, después que encontraron comida en las tiendas de los sirios que habían huido por la noche, comunicaron las buenas nuevas. Se dijeron unos a otros: «No estamos haciendo bien. Hoy es día de buenas nuevas, pero nosotros estamos callados. . . . Vamos pues, ahora, y entremos a dar la noticia a la casa del rey» (2 Reyes 7:9).
Salmo 107:2
Díganlo los redimidos del Señor. . . .