lunes, 24 de mayo de 2010
No soy apto. No soy nadie
¿Quién soy yo para que vaya a Faraón, y saque de Egipto a los hijos de Israel? (Ex.3:11 ) Moisés se consideró inadecuado para la tarea, y así como cuando nos piden enseñar en la escuela dominical o compartir el Evangelio con un amigo, somos tentados a decir: "No soy un Lutero, o un Calvino. o un Billy Graham ... ¿quién soy yo para hacer esto?" Moisés no se dio cuenta que había planteado la pregunta filosófica de los tiempos. Nuestra cultura está particularmente obsesionada con la pregunta: "¿Quién soy yo?" Esposos han dejado a sus esposas para descubrir quiénes son. Madres dejan a sus hijos para encontrar su propia identidad. Sencillamente parece que no sabemos quiénes somos. Entre a una librería cristiana y encontrará docenas de libros sobre el tema general sobre cómo desarrollar una sana autoimagen. Se nos dice que la gente debe tener una buena opinión de sí misma, tiene que saber qué tan especial es. Nos debe complacer que Moisés le haya hecho a Dios esta pregunta para que podamos entender mejor la opinión del Señor en cuanto a las dimensiones sicológicas de nuestra autopercepción. De manera increíble Dios ignoró la pregunta de Moisés.
Sencillamente le dio una promesa: ...Ve. porque yo estaré contigo; y esto te será por señal de que yo te he enviado: cuando hayas sacado de Egipto al pueblo, serviréis a Dios sobre este monte (Ex. 3:12). ¿Cómo le ayudaría esto a Moisés en cuanto a saber quién es Él?
¡La respuesta a esta pregunta, se encontraba en el hecho de saber quién era Dios! Sólo relacionándonos correctamente con Él podemos establecer ese sentido de identidad y una sana autoimagen. No mejoramos nuestra autoimagen considerándonos superiores, sino pensando correctamente acerca del Dios que nos ama y nos honra con sus promesas.
La pregunta de Moisés no era una señal de humildad: pues hablaba con un tono de autodesprecio que revelaba su falta de fe y de disposición para obedecer. Ser humilde significa que veo mis debilidades, pero también la fortaleza de Dios. Detrás de la pregunta de Moisés había una terca incredulidad.
domingo, 9 de mayo de 2010
O ROBO UN BANCO, O ME SUICIDO
Serio, callado, con gruesos anteojos oscuros, el hombre se acercó a la ventanilla. Las operaciones del banco transcurrían normalmente. Cuando al hombre le tocó su turno, le pasó una nota al cajero: «Esto es un asalto —decía la nota—. Entrégueme todos los billetes de 10, 20, 50 y 100 que tenga.»
El cajero le pasó 980 dólares, que era todo lo que tenía en la caja. El hombre dio media vuelta y luego se detuvo, como confundido. Era ciego, y sin su bastón en la mano no sabía dar un paso. Cuando lo arrestaron y lo llevaron a la policía, declaró: «Estoy al borde de un colapso. ¡O robo un banco, o me suicido!»
Este fue un caso como para telenovela, ocurrido en San Francisco, California. Roberto Dunbar había quedado ciego hacía cuatro años. Vivía de lo que recibía del Seguro Social, pero alguien le había robado su pensión de ese mes, de modo que llevaba días sin comer. Y no tenía parientes ni amigos. Por eso, en medio de un panorama sumamente oscuro, tomó la decisión de asaltar un banco.
La ceguera es una triste circunstancia. Pero más triste aún es el hecho de que un ciego tenga que cometer un delito porque le han robado la pequeña pensión que le da el gobierno. Es como una denuncia contra toda la humanidad, denuncia de un crimen social que nunca debió haber ocurrido.
Lo cierto es que Roberto Dunbar vivía en tinieblas más oscuras todavía. Además de la oscuridad que tenía en los ojos, tenía también el alma sumida en tinieblas. Los ojos de este hombre, y los de muchos como él, quizá nunca perciban de nuevo la luz del día. Pero la luz espiritual puede encenderse en toda alma. Jesucristo dijo: «Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (Juan 8:12).
Hay muchas personas que no tienen la luz de los ojos, pero han hallado una luz mil veces más resplandeciente que la luz del sol. Son los que han encontrado la paz y el gozo que da Jesucristo. Sin percibir el color de las flores, ven el color de la esperanza. Sin ver la luz del sol, ven con el alma la luz de la gracia salvadora de Cristo. Sin poder contemplar el rostro de los amados, ven con los ojos del espíritu el rostro amable y compasivo de Jesucristo, porque Él es realmente la luz del mundo.
Esa oscuridad en la que muchos se encuentran, esa noche interminable, se cambiará en día el instante en que Cristo entre a su corazón. Basta con que le den entrada. Él quiere ser su paz, su gozo y su luz.
Por el Hermano Pablo
lunes, 3 de mayo de 2010
COMO PARA ÉL
Aunque no escribas libros, eres el escritor de tu vida.
Aunque no seas Miguel Angel, puedes hacer de tu vida una obra maestra.
Aunque no entiendas de cine, ni de cámaras, tu existencia puede transformarse en un film primoroso con Dios de productor.
Aunque cantes desafinado, tu existencia puede ser una linda canción, que cualquier afamado compositor envidiaría.
Aunque no entiendas de música, tu vida puede ser una magnífica sinfonía que los clásicos respetarían.
Aunque no hayas estudiado en una escuela de comunicaciones tu vida puede transformarse en un reportaje modelo.
Aunque no tengas gran cultura puedes cultivar la sabiduría de la caridad.
Aunque tu trabajo sea humilde, puedes convertir tu día en oración.
Aunque tengas cuarenta, cincuenta, sesenta o setenta años, puedes ser joven de espíritu.
Aunque las arrugas ya marquen tu rostro, vale más tu belleza interior.
Aunque tus pies sangren en los tropiezos y piedras del camino, tu rostro puede sonreír.
Aunque tus manos conserven las cicatrices de los problemas y de las incomprensiones, tus labios pueden agradecer.
Aunque las lágrimas amargas recorran tu rostro, tienes un corazón para amar.
Aunque no lo comprendas, en el cielo tienes reservado un lugar...
Todo, Todo... depende de tu confianza en Dios y de tu empeño en SER un digno hijo suyo.
Efecios 6:6 no sirviendo al ojo, como los que quieren agradar a los hombres, sino como siervos de Cristo, de corazón haciendo la voluntad de Dios;
Efecios 6:7 sirviendo de buena voluntad, como al Señor y no a los hombres,
Efecios 6:8 sabiendo que el bien que cada uno hiciere, ése recibirá del Señor, sea siervo o sea libre.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)